La vieja arqueóloga limpiaba sus lentes mientras los observaba. Tocasiaera la responsable del campamento arqueológico arguiviano y, por lo tanto, a quien debían dirigirse los nuevos alumnos. Uno de ellos era moreno y fornido, el otro era delgado y rubio.
– ¿Tú eres Tocasia, la académica? – preguntó el chico rubio.
– Sí, lo soy – respondió la anciana.
– Soy Urza, este es mi hermano menor Mishra – el niño robusto asintió con la cabeza mientras el rubio sacaba de entre sus ropas una carta que entregó a Tocasia.
Mientras Tocasia ponía atención a la carta, los hermanos se mezclaron en el campamento, dando paso a un pequeño altercado que llamó su atención, “quince minutos y ya están dando problemas”, pensó.
– ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó la maestra.
Los hermanos se miraron entre sí, como si cada uno concediera al otro la oportunidad para hablar. Urza ganó la oportunidad.
– Uno de los chicos mayores quiso pegarle a mi hermano. Yo lo detuve.
– Ya lo veo… y ¿por qué quiso pegarte, Mishra?
– No hay razón… Me dijo que estaba en su cama.
– ¿Y está en lo cierto?
– Supongo…
– Miren, están aquí porque su padre los envío y él fue un buen amigo en el pasado. Pero si desean quedarse han de saber que esto es una escuela práctica y hay reglas. ¿Tú eres el hermano mayor, cierto? – preguntó Tocasia dirigiéndose a Urza.
– Así es – respondió Urza, pero Mishra hizo un ruido de tos, lo que hizo que Urza se explicara – Debo decir que ambos nacimos en el mismo año, pero yo en el día primero y Mishra en el último… salvo el último día tengo un año más.
– En ese último día somos iguales – dijo contento Mishra – ¿y qué es lo que enseñas?
– Arqueología, ¿saben de qué hablo?
– De restos del pasado – respondió Urza. – De civilizaciones antiguas que vivieron aquí.
– Antiguas máquinas como ese aparato que tira del arado en esas granjas…
– ¿Y cómo sabes que no es un animal, Mishra? – preguntó Tocasia.
– Por su movimiento… están cubiertas de piel de animal, pero no se mueven como bueyes normales. – respondió Mishra
– ¡Yo también lo noté! – interrumpió Urza – … pero no quise mencionarlo…
– Bien, bien… ambos son buenos observadores. Lo que hacemos aquí es investigar restos de la civilización Thran. Para entender el pasado y utilizar su conocimiento en nuestro favor.
– Los Thran debieron haber sido gente maravillosa para haber creado todo esto. – mencionó Urza.
– ¿Y qué sabes de los Thran, Urza? – preguntó Tocasia con aire académico.
– Los Thran fueron una antigua razaque vivió en estatierra muchos miles de años atrás. Crearonuna serie de dispositivosmaravillosos, sólo unos pocos de los cuales han sobrevivido hasta nuestros días. El gran relojde la Corte Suprema de Penregon se dice que es unartefacto Thran. – recitó Urza, con cabeza erguida y manos en la espalda.
– Muy bien, muy bien… pero ¿quiénes eran?… ¿eran humanos?
Ambos niños se asombraron. Urza respondió.
– Pero claro… ¿por qué no habrían de serlo?
– ¿Qué pruebas me puedes ofrecer? – pregunto Tocasia.
– No… no lo sé… supongo que eran humanos…
– ¡Ojalá hayan sido minotauros! – interrumpió Mishra – esos sí tienen buen aspecto.
– Lo que sabemos de los Thran es que fueron grandes inventores de máquinas que eran impulsadas por fuentes de energía cristalina… las llamamos piedras de poder, las powerstones. Poco sabemos de su lengua y, aparte de sus máquinas o diseños, no hemos encontrado estatuas, arte, cerámica o nada que implique cultura. Sabemos que destruyeron parte de esta tierra, pero no sabemos cómo murieron, si por guerra interna, peste o hambre.

Ambos niños escucharon con atención a Tocasia, quién tenía la impresión de que, por momentos, los hermanos eran uno solo, pero Tocasia observó sus diferencias. Urzatenía diez años, pero se comportaba como si fuera mucho mayor y se sentía responsable por su hermano. Mishratenía casi diez, pero era más jovial y exuberante, probablemente siempre estaría dispuesto a probar cosas nuevas y meterse en problemas, pues ahí estaría su hermano mayor para cuidar de él.
– Bien… si su intención es permanecer aquí, deberán trabajar como los demás estudiantes. Nada de problemas o regresaran con su padre, ¿entendido?
ooo
Ambos hermanos crecieron a la par en el desierto. Urza, se hizo más fuerte, pero crecía delgado, sus conocimientos eran enciclopédicos y armaba y desarmaba los descubrimientos previos de Tocasia, intrigado siempre en cómo funcionaban las cosas. Mejoró varias de las herramientas de su maestra. Mishra aprendía de primera mano, al revisar. Pasaba más tiempo afuera, excavando, removiendo. Mejorando su técnica de excavación, sus estudios mejoraban en cuanto a dónde escavar y a qué tanta profundidad. Tocasia se dio cuenta que Mishra pasaba más tiempo con otros estudiantes y excavadores que su hermano. Cada cena, Urza se encontraba encorvado estudiando algún libro o artefacto, mientras que Mishra se desenvolvía con la gente del desierto escuchando las leyendas del pueblo Fallaji, que contaban cómo los Thran eran dioses que utilizaban sus artefactos para crear ciudades maravillosas. A Tocasia le parecía bien que Mishra se alejara del ala de su hermano, pero no veía con buenos ojos que los Fallaji le invitaran a tomar de su bebida fermentada. El trabajo de sol fortalecía a Mishra, haciéndolo más vigoroso y musculoso que su hermano. Ambos hermanos eran trabajadores incansables y Tocasia pronto se dio cuenta que no tenía necesidad de hablarles como niños o jóvenes, sino como adultos con confianza, la cual era devuelta por ellos. Pasados cuatro años desde que llegaron, ambos jóvenes ya eran considerados los líderes de facto de las excavaciones, lo que le daba mayor libertad a Tocasia para estudiar los artefactos descubiertos, incluso ellos daban clase a estudiantes de nuevo ingreso.
Una tarde, llegó una carta a Tocasia, con la noticia de que el padre de los muchachos había muerto. Al comunicarles la noticia ambos reaccionaron de manera diferente. Urza se frotó los ojos y continúo trabajando. Mishra, por su parte, se fue corriendo a la parte rocosa del campamento, gritando y maldiciendo. Sin embargo, al final del día ambos hermanos se sentaron juntos contemplando la Luna a hablar. Después de eso, ninguno tocó el tema y Tocasia se preguntó que se habrían dicho esa noche el uno al otro.
Al sexto año con Tocasia, un descubrimiento fue la sensación en el campamento. Lo que parecía un barco, con velas, fue convirtiéndose en un aparato volador. Ambos hermanos estudiaron el diseño y se empeñaron en mejorarlo, Urza aplicando tensiones con cables en la alas y Mishra mejorando la resistencia de los materiales. Tocasia llamó al descubrimiento “ornitóptero”. En el último día del año, el cumpleaños de Mishra, el artefacto estuvo listo.
– Lo probaré primero. – dijo Urza – Yo entiendo el mecanismo.
– Pero las palancas son duras – replicó Mishra – necesitan mano firme.
– Yo soy más ligero – dijo Urza.
– Yo más fuerte – respondió Mishra.
– ¡Yo soy mayor!
– ¡Es mi cumpleaños!
Tocasia arreglo la disputa con un volado. Urza ganó y tuvo el privilegio de subir y ser el primero en volar. No sin problemas, pues el mecanismo era nuevo para él. Tocasia veía como Mishra cerraba el puño y se tensaba, pero no sabía si por la seguridad de su hermano o porque no quería que el aparato se dañara antes de que él lo pudiera usar.
– ¡Mi turno! – dijo Mishra.
– ¡Debemos comprobar que los acoplamientos para ver si hubo desgaste! – replicó Urza.
– Urza… deja que tu hermano suba – pidió Tocasia.
Urza cerró la boca y se hizo a un lado.
– Cuidado, la palanca está dura – dijo Urza a su hermano.
– ¡Chao! – respondió Mishra sonriendo.
Con Mishra en el cielo, Urza se dirigió a Tocasia.
– Hubiese sido mejor si revisábamos los acoplamientos.
– Si, hubiese sido mejor, pero no lo más sabio… ¿te preocupa tu hermano?
– No, creo la nave puede subir hasta cuatro personas… quizá si construimos una cabina…
– Paciencia, habrá tiempo para eso… ¿a dónde fue Mishra?
Tocasia y Urza veían al cielo y no lograban ubicar a Mishra o al ornitóptero. Buscaron por unos minutos cuando ambos lograron divisar un punto en el cielo. Mishra llegó gritando animadamente.
– ¿Lo viste Urza? ¿Lo viste hermano?
– ¡¿Qué crees que estás haciendo?! – dijo un furioso Urza – ¡Bastante es forzar los acoples como para que te alejes! ¡Si te estrellabas en el desierto quizá no te habríamos encontrado jamás!
– ¿Acaso no viste los dibujos? – respondió Mishra, no importándole lo que le decía su hermano. – Tocasia, afuera hay montículos que a pie no se logran ver, pero por el cielo… puede ser una ciudad Thran, ¡no está lejos!
– Podría ser un asentamiento Fallaji – interrumpió Urza.
– No, ellos no construyen así. ¿Los viste?
– N- No… estaba más preocupado por ver el rendimiento de la nave.
– ¡Debemos celebrar!

Esa noche los alumnos y equipo hicieron una pequeña fogata donde se unieron mercaderes Fallaji e hicieron una pequeña fiesta con tambores, fuego y risas. Después de largos años haciendo zanjas poco profundas y limpiando materiales, una nueva oportunidad arqueológica se abría a sus pies. Sin embargo, Urzase mantuvo alejado de la hoguera, sin hablar, sin beber. Tocasia se le acercó.
– ¿La pasas bien? – preguntó la vieja maestra.
– Si… pero creo que deberíamos buscar si hubo desgaste en…
– Mañana. Disfruta está noche.
– Me gusta trabajar con los dispositivos.
Mishra, a lo lejos, contaba por enésima vez la historia de su vuelo. A Tocasia le parecía que cada vez le agregaba más emoción. Todo el campamento lo escuchaba atrapado por su carisma natural.
– Hay otros placeres – dijo Tocasia viendo a los ojos a Urza – tu hermano parece que ya los empezó a descubrir.
– Yo no estaba en contra de que Mishra tomara su vuelo – soltó Urza – pero es que…
– Sé que le darías su lugar… pero ¿habrías sido prudente si hubieras perdido el volado para subir primero?
Urza no respondió, pero se quedó viendo a su hermano a través de las llamas.
Adaptación del poema épico The Antiquities War, escrito por Kayla bin-Kroog

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