Urza se encontraba en las cavernas de Koilos. Recordó el momento en el que él, junto a su hermano, Mishra, y su mentora, Tocasia, habían descubierto la entrada a esas viejas cuevas que eran vestigios del antiguo Imperio Thran.
Amargamente, Urza se había enterado que aquellos ingenieros artífices a los que tanto admiraba habían caído ante la tentación de algo más. “Si lo que dijo Gix es cierto y los Thran se convirtieron en Phyrexia, debió de haber existido una razón… un por qué”, pensó Urza.
El cuerpo de Xantcha, su aliada por más de 1500 años, yacía a sus pies, junto con un humano que trató de ayudarlos. “Siempre fuiste una gran aliada, Xantcha, Hija de Dominaria”. El valor y el temple de Xantcha jamás flaquearon e impulsaron al viejo planeswalker a seguir. Urza jamás le creyó que era una phyrexiana defectuosa. Ella fue su amiga.
- Te has ido amiga mía… pero no del todo…
Urza sacó del cuerpo inerte de la mujer la piedra espiritual de Xantcha, su heartstone. La esencia de su amiga vivía en aquella piedra. Urza por un momento creyó que estaba solo, pero la heartstone de Xantcha lo convenció de que ella siempre lo acompañaría.
- No me quedaré en paz mientras Phyrexia invade mi hogar. Construiré grandes defensas. Las más grandes que nadie haya podido imaginar… si Phyrexia evoluciona, estaré a un paso delante de ellos… de él… de Yawgmoth.
Con la heartstone de Xantcha en sus manos, se dispuso a dejar las cavernas de Koilos, pero la escritura en la pared llamó una vez más su atención.
“Que conste que Yawgmoth el Sanador corrompió al imperio Thran, transformándolo a su voluntad”
En shock, pues las palabras de Gix resonaron en su mente, Urza observó cada rincón de Koilos por primera vez con ojos de planeswalker, descubriendo que Yawgmoth había utilizado el poder de otro planeswalker para conquistar un plano llamado Phyrexia y utilizó los recursos del imperio Thran para crear una raza fiel a él, los phyrexianos. La información dejó perplejo a Urza. Lo que había dicho Gix era verdad, aunque Urza creía que sólo estaba hablando por hablar. Recordó a su maestra Tocasia y a Mishra y sus acalorados debates sobre el paradero del Imperio Thran. La antigua civilización Thran no había sido destruida, se había convertido en Phyrexia por deseo de Yawgmoth. Sólo las piedras de poder que ahora residían en los ojos de Urza habían mantenido en el exilio a los enemigos que querían regresar a su hogar. Phyrexia quería eso más que nada y no dejaría de intentarlo hasta lograrlo.
Urza no permitiría que eso pasara. El corazón de Xantcha en sus manos irradiaba energía. No estaba solo. Urza nunca estaría sólo.

Nota: Aquí termina el libro de Lynn Abbey, Planeswalker.
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